Gabi, fragmentos de una adolescente by Isabel Quintero
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Gabi aún no entiende quién es. Escribir la ayudará a juntar sus pedazos.
Gabi Hernández está en su último año de la preparatoria. Para entretenerse, escribe todo lo que le pasa en su diario: las solicitudes a las universidades, el embarazo de Cindy, cuando Sebastián salió del clóset, los chicos guapos de su clase, la adicción de su padre a la metanfetamina, y toda la comida que se le antoja. Pero lo mejor de todo lo que escribe es la poesía que la ayuda a ser quien es.
24 de julio
Mi madre me llamó Gabriela en honor de mi abuela materna, quien, por cierto, no quiso conocerme cuando nací porque mi mamá no estaba casada, es decir, vivía en pecado. Mi mamá me contó muchas, muchas, muchas veces cómo mi abuela la golpeó cuando le confesó que estaba embarazada de mí. ¡Le dio una paliza! A los veinticinco años. Esa historia es la base de mi educación sexual. Cada vez que salgo con alguien, mi mamá dice, “Ojos abiertos, piernas cerradas”. Hasta ahí llega la conversación de las abejitas y las flores. Y por mí está bien, aun si no estoy enteramente de acuerdo con toda esa basura de “esperar hasta que te cases”. O sea, esto es Estados Unidos y es el siglo XXI, no México hace cien años. Pero, claro, no se lo puedo decir a mi mamá porque pensaría que soy mala. O peor: que intento ser blanca.
Gabi Hernández está en su último año de la preparatoria. Para entretenerse, escribe todo lo que le pasa en su diario: las solicitudes a las universidades, el embarazo de Cindy, cuando Sebastián salió del clóset, los chicos guapos de su clase, la adicción de su padre a la metanfetamina, y toda la comida que se le antoja. Pero lo mejor de todo lo que escribe es la poesía que la ayuda a ser quien es.
24 de julio
Mi madre me llamó Gabriela en honor de mi abuela materna, quien, por cierto, no quiso conocerme cuando nací porque mi mamá no estaba casada, es decir, vivía en pecado. Mi mamá me contó muchas, muchas, muchas veces cómo mi abuela la golpeó cuando le confesó que estaba embarazada de mí. ¡Le dio una paliza! A los veinticinco años. Esa historia es la base de mi educación sexual. Cada vez que salgo con alguien, mi mamá dice, “Ojos abiertos, piernas cerradas”. Hasta ahí llega la conversación de las abejitas y las flores. Y por mí está bien, aun si no estoy enteramente de acuerdo con toda esa basura de “esperar hasta que te cases”. O sea, esto es Estados Unidos y es el siglo XXI, no México hace cien años. Pero, claro, no se lo puedo decir a mi mamá porque pensaría que soy mala. O peor: que intento ser blanca.